Una mirada
Pero aquella mirada tan triste y directa no se me olvidará nunca, por desgarradora, verde y llena de esperanza. Parece mentira que algo tan contradictorio sea posible, pero afortunadamente lo es. La visión del dolor en sus pupilas me hizo sentirme seguro, y de qué manera. Porque no era un dolor dañino, ni un encanto triste: era sincero, preocupado y libre de segundas intenciones. Era el malestar dulce de quien quiere hacerte saber que te aprecia pero no se atreve a hacerlo con palabras. Fue el mejor toque de atención de mi vida.
Atrapé la mirada -tan pequeña, tan cristalina, tan aceitunada- y la recluí en un tarrito de cristal.
Por una vez, no estuve torpe y contesté. Atrapé la mirada -tan pequeña, tan cristalina, tan aceitunada- y la recluí en un tarrito de cristal.
La tengo a bien recaudo, en el cajón de los calcetines que no me pongo nunca.
Quien me miró así ha dejado de hacerlo de forma furtiva. Básicamente porque ahora está conmigo, a pocos metros, saboreando una pera dulce y con los pies descalzos. Me mira, pero no con dolor indoloro; sino con ilusión inocente. Con los mismos ojos que un día dijeron "basta" y ahora dicen "qué pesado eres". A través del mismo cristal por el que yo la admiro.
Pero no abriré el frasquito nunca. No dejaré escapar a mi mejor medicina.
0 comentarios:
Publicar un comentario